La palabra “álbum” designa hoy, únicamente, al libro con folios de plástico, donde se guardan aquellas pocas fotografías que no se archivaron en el –teóricamente- seguro disco de la computadora. Antes, significaba también eso (aunque las páginas eran de grueso papel, o dobles, de cartón, para encajar la foto en sus ranuras). Pero nos interesa otra acepción, ya caída totalmente en desuso.
Porque sucede que se llamaba igualmente “álbum” a un libro de páginas blancas (muchas veces de formato apaisado y en ocasiones con lujosa encuadernación), propiedad de las damas. Albergaba textos breves diversos, escritos por la dueña o, más frecuentemente, por terceras personas.
Una obsesión
Las enciclopedias informan que este tipo de álbumes fue introducido en Europa a comienzos del siglo XIX, por influencia francesa. Se pusieron rápidamente de moda y llegaron a constituir una verdadera obsesión, a finales de esa centuria, en todas las clases sociales. Las señoras perseguían a hombres públicos, literatos o artistas, blandiendo sus álbumes, para que les escribieran unas líneas o para arrancarles siquiera una firma.
Al poeta José Zorrilla, autor de “Don Juan Tenorio”, se le ocurrió llevar la cuenta de las veces que tuvo que cumplir con esa obligación “social”. Concluyó que, en su vida literaria, había escrito en álbumes un total de 188.000 veces, nada menos.
En la Argentina y en Tucumán, a fines del siglo XIX y principios del que pasó, no había señora o señorita de sociedad atenta a la moda, que no tuviese un álbum de esa especie. Ante su pedido, las amistades, o los personajes importantes que le fueran presentados, redactaban y firmaban algún texto para ella.
Textos, dibujos
Los escritos de álbumes tenían variable contenido. Podía tratarse a veces de un pequeño poema, o un “acróstico”, o una máxima, o una reflexión, o simplemente unos renglones –prosa o verso- referidos elogiosamente a la propietaria del librito. No era raro que se insertaran también dibujos. Si la celebridad requerida quería producir algo más “pensado”; o ideaba estampar un dibujo de cierta elaboración, o colorearlo con lápices o a la acuarela, la dueña dejaba el álbum en su poder durante unos cuantos días.
Por su condición de literato que disfrutaba la compañía femenina, nuestro Nicolás Avellaneda era solicitado con frecuencia por las dueñas de álbumes. Algunos de los textos que redactó, se incluyeron en sus “Escritos y discursos” póstumos. Paul Groussac lo deploraba. Decía, respecto de las “efusiones albumescas” del ilustre amigo, que la mayor parte “habían cumplido todo su destino en el momento de ser escritas”, y que eran “globos pintados, sin lastre ni dirección, lanzados para servir de espectáculo algunos momentos y luego desaparecer”.
Álbumes tucumanos
Hemos tenido ocasión de hojear varios de estos álbumes. El que perteneció a doña Clemencia Frías de Padilla, es el más antiguo que conocemos. Apaisado, con tapa de cuero rojizo y guarniciones de bronce, llevaba etiqueta de “Susse Frères”, de París. Era regalo de Tiburcio Padilla, como lo informaba el primer asiento, fechado en Buenos Aires el 2 de agosto de 1858. El futuro médico firmaba como “su amigo”. Se convertiría en su esposo, pocos años después.
En estas páginas, cuya antigüedad supera el siglo y medio, llama la atención, por ejemplo, el trozo de pentagrama firmado por el maestro de música Eliseo Cantón, perteneciente a la partitura de cierta pieza denominada “La leona tucumana”. O los elaborados dibujos al lápiz de Abraham Puch, o las acuarelas de Denise B. de Keravenant.
Cuando el poeta Belisario Roldán debió permanecer varios meses en Tucumán, en 1905, como funcionario de la intervención de Domingo T. Pérez, dejó fáciles versos estampados en varios álbumes. En el de Carmen Lelia Alurralde, por ejemplo, escribió: “En la tierra tucumana/ eres la reina gentil/ jocunda rosa de abril/ con pincelazos de grana/. A tu paso por las calles/ el Tucumán se ennoblece/ y al mirarte me parece/ estar viviendo en Versailles”…
Poesías
Otra dama tucumana, Genuaria Salvatierra de Colombres Garmendia, obtuvo, desde 1899, varios manuscritos de personajes para su álbum. Estaba encuadernado en cuero de Rusia y llevaba en la tapa un broche plateado con sus iniciales. En sus páginas se lee, por ejemplo, el poema “Lises” de Ricardo Jaimes Freyre, que empieza: “Ritmos desfallecientes/ como crepúsculos,/ versos que se entreabren,/ como campánulas,/ ave blanca que vuela/ sobre las ruinas/ que cantan las blancuras/ inmaculadas”…
En otras páginas de ese álbum, dejaron solemnes reflexiones, o románticas galanterías, personalidades como Juan B. Terán, Julio López Mañán o Alberto García Hamilton, entre otros. Hay también breves textos de amigas –como Julieta Quinteros, la esposa de Ricardo Rojas- ilustrados con una rápida acuarela.
El sabio, serio
Otro álbum interesante es el de Cornelia Montero de Figueredo Iramain. Contiene, por ejemplo (muchas veces decorados por los firmantes, o por la misma doña Cornelia, con guardas y dibujos) textos de Damián Garat, Delfín Valladares, Alejandro Baralo D´Albaret, Víctor Toledo Pimentel, Enriqueta L. Lucero y varios más
Hasta el taciturno Miguel Lillo aceptó, en 1899, dejar allí un pensamiento, muy revelador por cierto de su personalidad: “En medio de las decepciones de este mundo y los amargos desengaños de la vida, no hay consuelo más eficaz que la satisfacción del deber cumplido y las plácidas horas consagradas al estudio. Por eso, inolvidable Cornelia, no descuides ambas cosas, vos que has sido una de mis más distinguidas discípulas y fiel colaboradora de mi cátedra”, escribió.
Muchas veces, la columna de “sociales” de los diarios reproducía el material que nos ocupa, aclarando siempre que procedía “del álbum de la señorita de Tal”.
Los “pensamientos”
Por lo demás, esos “pensamientos” breves eran una moda de la época. Pueden verse muchos ejemplos de ellos, en los “Escritos y discursos” de Avellaneda. Inclusive, en el Centenario de la Independencia, se colocó en la Casa Histórica un gran cuadro, donde esos textos, producidos por figuras locales y nacionales, se leen grabados sobre chapas de plata. En los diarios y revistas, se imprimían “pensamientos” de los protagonistas de la política y de la cultura. Eran llamados también “autógrafos”, porque el manuscrito firmado se reproducía en facsímil.
En 1890, Antonio Vigliani imprimió en la casa Peuser un lujoso libro, titulado “Colección de autógrafos. Flores a Italia”, que contenía “pensamientos” relativos a ese país, firmados por distinguidos argentinos. Entre ellos, aparecían varios tucumanos, como Delfín Gallo, Filemón Posse, Julio Argentino Roca, Nicanor Colombres o Benjamín Posse.
A veces sirven
Poco a poco, los álbumes de firmas irían siendo sustituidos por las colecciones de postales. Las niñas escribían a las personalidades: les enviaban una tarjeta postal con el dorso en blanco, y pedían que les fuera devuelta con algún texto y la firma.
La solicitud era complacido, por regla general. Un ex presidente de la República, como Bartolomé Mitre, se daba tiempo, en medio de sus ocupaciones, para satisfacer cortésmente tales requerimientos. Así ocurrió hasta comienzos de la década de 1920, cuando álbumes y postales iniciaron una veloz desaparición.
No prendió entre nosotros la costumbre, vigente sobre todo en Estados Unidos hasta la actualidad, de coleccionar firmas. Y con los años, como suele suceder, los vetustos álbumes de las señoras volvieron a ser valorados de cuando en cuando, por los investigadores. Sucede que, muchas veces, ese poema estampado allí por algún literato ilustre, no figura en ninguna otra parte, y el álbum permite rescatarlo.